El discurso oficial de la industria se centra prioritariamente en los coches eléctricos (también en híbridos electrificados), pero la realidad ofrece otros matices cuando se trata de pensar en el futuro de la automoción. Hasta el pasado agosto se matricularon en España 19.645 vehículos de gas licuado de petróleo (GLP), es decir, 47 unidades más que en todo 2018, según datos de la Dirección General de Tráfico (DGT).
El GLP manda entre los combustibles alternativos, a pesar de que las flotas de empresa y oficiales son, en muchos casos, de coches eléctricos. Los vehículos movidos por este carburante alcanzan una cuota de mercado del 2,7% frente al 0,6% de los eléctricos y el 0,4% de los alimentados por gas natural (GNC). Por cada coche eléctrico se venden cuatro de Autogas, denominación comercial del GLP.
En los primeros ocho meses del año se registró un incremento del 62,6% con respecto a los 12.081 vehículos matriculados del 1 de enero al 31 de agosto de 2018. Si se mantiene la tendencia, España cerrará el año con cerca de 30.000 matriculaciones, según cálculos de la asociación GasLicuado, que habla también de un aumento en las ventas del GLP de más de un 50% en comparación con el año anterior.
A esta organización pertenecen las principales compañías que importan, envasan y comercializan Autogas, propano y butano en España (Cepsa, Disa, Primagas, Repsol y Vitogas), así como el Clúster de Autogas, que a su vez agrupa a operadores y distribuidores, fabricantes de automóviles, empresas de renting, centros tecnológicos y talleres de transformación de coches.
La transformación es, precisamente, una de las principales ventajas del GLP. Solo puede hacerse con los motores de gasolina, pero la tecnología ofrece la posibilidad de reconvertir vehículos ya existentes en un proceso rápido y asequible (a partir de 1.200 euros) que se lleva a cabo en talleres especializados. En 2018 se adaptaron alrededor de 6.000 unidades en España y en 2019 ya se han superado las 5.000 hasta agosto.
Sin embargo, lo que inclina la balanza en la mayor parte de los casos es la economía de uso: el GLP cuesta la mitad que otros combustibles tradicionales, y además ya existen 670 estaciones de servicio con surtidores de Autogas. Y el depósito de gas siempre está acompañado por el de gasolina, de modo que la autonomía de los coches supera con facilidad los 1.000 kilómetros.
El uso del GLP, por otra parte, otorga al coche la etiqueta ECO de la DGT, por lo que se ahorra el 75% del impuesto de circulación (IVTM, impuesto de vehículos de tracción mecánica) y puede acceder incluso a las zonas de bajas emisiones delimitadas en distintas ciudades.
Como desventaja principal, el depósito de GLP ocupa el hueco de la rueda de repuesto, que desaparece. El repostaje, por otra parte, no resulta especialmente cómodo. Requiere un adaptador, tarda más y hay que mantener pulsado un botón en el surtidor de la gasolinera.